Era el típico día de verano en el sudoeste de Francia: con mucho sol calentando los viñedos y una brisa del Golfo de Vizcaya agitando las higueras. Esta combinación ejerce una fuerza casi irresistible sobre el ritmo de vida: invita a ir más despacio, pedir otro plato de ostras, beber otro sorbo y dejar las ocupaciones para otro momento.